jueves, 15 de mayo de 2014

La ira de Steinbeck






NUMA FRÍAS MILEO // LA IRA DE STEINBECK

El Universal, 02 de enero, 2005

Cuando el miedo se apodera de la sociedad, que advierte desde el dolor de la impotencia, cómo la gigantesca máquina que debería servirles y ayudar a satisfacer las necesidades cotidianas, pone en marcha el impacto de su poderío para aplastar el pensamiento disidente, ésta sufre el horror y la crueldad del terrorismo de Estado. Tal circunstancia llama al recuerdo que atajó la fina tinta de historiadores que nos dicen que Franklin Delano Roosevelt, citando a Henry Thoreau, pronunció la siguiente frase: "A lo único a lo que le tenemos que tener miedo... es al miedo mismo".
Es insólito y hasta patético el empeño con el cual clasifican de izquierdistas a todos los individuos que, desplegando una clara sensibilidad humana, tienen fuertes destellos de conciencia social. En ningún caso es aceptable semejante obstinación. No señor. Los comunistas, socialistas, o revolucionarios no son los dueños de la voz que clama por los derechos de los excluidos. Digo más, a la luz de la experiencia, en todos aquellos lugares en donde el poder cae en las garras de estas tendencias ideológicas, el resultado ha sido una completa aberración patente que termina por materializar una descomunal estafa política. 
La Academia Sueca otorgó el Premio Nobel de Literatura a John Steinbeck en 1962, esgrimiendo, entre otras, las siguientes razones: "Por su percepción y su sensibilidad social, y su constante simpatía por los oprimidos y desheredados de la sociedad". Hecho que sirvió para que los críticos se atrevieran a endosar al genial escritor como unos más de sus filas, un camarada valiente que engrandece la labor de quienes luchan contra el capitalismo.
Steinbeck nació en el Valle de Salinas, California, y muere en Manhattan el 20 de diciembre de 1968. Con su obra Al este del edén obtuvo el reconocimiento que derivó de la magnífica adaptación cinematográfica de esta novela, cerrada en las vicisitudes que experimentan las distintas generaciones de una familia en donde las batallas entre el bien y el mal evocan la historia de Caín y Abel. En los estudios presentados en las ediciones de Juan José Coy se lee: "No escribe al dictado de ninguna ideología política concreta, sino a partir de su indignación ética ante lo que ve y comprueba a su alrededor... y de la acuciante necesidad de la denuncia y la respuesta airada ante las condiciones de vida descarnadas e inhumanas de millones de seres en la opulenta América, el paraíso de otro tiempo, doblemente hiriente por producirse en el país rico por excelencia".
Sin embargo, ya había lanzado, si no la mejor, una de sus más grandes creaciones literarias. Aquélla en la que se viaja en busca de mejores niveles de vida, de mayores satisfacciones en el trabajo. El autor manifestó, poco después de la publicación de la obra: "He puesto por escrito lo que amplias capas de nuestra sociedad hacen y buscan, y simbólicamente lo que todo el mundo en cualquier tiempo hace y busca".
Cercanos al arribo del nuevo año 2005, las ciudades se pudren y los niños hambrientos se pasean por las calles como manadas, como seres distintos a la raza humana. Muchos, para no romper con la bendición fraternal del abrazo en estas fechas, nos retiraremos sin poder evadir la repulsión que se monta con bríos y rabia... Quizá abriremos de nuevo este libro, la pieza maestra y caigamos en los brazos de Morfeo para dormir la noche oscura, como los días que nos tocan, leyendo para bien de la memoria Las uvas de la ira.